Almudena comenzó la mañana con una decisión firme: hoy llevaría a Dieguito a que le cortaran el cabello. Había llegado el momento de poner fin a la melenita de su pequeño. Cediendo a las insistencias de su madre y sus hermanas menores, había permitido que el cabello de Dieguito –el nieto único– creciera libremente. Sin embargo, ya era demasiado. Para ella, Dieguito necesitaba un buen corte, uno de niño, cortito, que lo hiciera verse guapo y limpio.
Llegaron al centro comercial temprano, antes de que las tiendas se llenaran de gente. Entraron en una estética que Almudena había identificado en visitas anteriores, especializada en cortes para niñas y niños. Notó que el lugar tenía un ambiente acogedor, con sillas de formas divertidas, especialmente diseñadas para los pequeños.
Una estilista joven con uniforme rosa, Mitzy, los recibió con una sonrisa y los guio hacia una estación decorada con motivos coloridos y un espejo enmarcado con luces.
Con la ayuda de Mitzy, Almudena acomodó a Dieguito en la silla, mientras él miraba con curiosidad el entorno a su alrededor. Una vez que estuvo cómodo, Mitzy preguntó:
—¿Cómo te gustaría el corte para el pequeño?
—Cortito. Quiero que le hagas un buen corte de niño —respondió Almudena, sin dudar. Ya había tomado la decisión.
Mitzy la miró a los ojos, buscando confirmación.
—¿Cortito, cortito? Le pasaría la maquinita en los laterales para que quede bien pegadito y dejaría un poquito más de volumen en la parte de arriba, ¿te parece bien? —preguntó Mitzy, mientras deslizaba los dedos entre los mechones largos del niño y hacía gestos con las manos para ilustrar mejor su propuesta.
Almudena asintió. Sonaba perfecto. Estaba harta del cabello largo de su hijo y de las insistentes opiniones de su madre y hermanas. De pronto, le vino a la mente su propio cabello, pero antes de que pudiera reflexionar más al respecto, la voz de Mitzy la interrumpió.
—¿Es su primera vez aquí?
—Sí, de hecho —respondió Almudena—. No habíamos venido a esta estética. Me gusta que sea para niños.
—No solo para ellos —sonrió Mitzy—. Tenemos una estación para mamás, por si también quieren un corte mientras los pequeños juegan seguros. Siempre hay alguien cuidando en el área de juegos.
Ese comentario hizo que la atención de Almudena volviera a centrarse en su cabello. Hacía meses que no se sentía contenta con lo largo que estaba. Llevaba dos años dejándoselo crecer después de haberlo llevado en una melenita corta. Lo había hecho, en parte, para complacer a su madre y hermanas, quienes insistían en que con el cabello largo se veía más femenina. También había querido parecerse a las otras mamás. Ahora su pelo le llegaba hasta los hombros, lo que le permitía hacerse “peinados” o llevarlo suelto, aunque, por las prisas, casi siempre terminaba recogido en una simple cola.
En el fondo, Almudena siempre se había sentido más cómoda con el cabello corto. Recordaba cómo llevaba un corte de duendecillo cuando conoció al que sería su marido, en la universidad. Él siempre la había apoyado, asegurándole que se veía hermosa de cualquier forma. Sin embargo, Almudena había notado que su esposo se mostraba especialmente cariñoso y atento cuando ella iba a la estética y volvía con el cabello cortito.
Mientras Mitzy le cortaba el cabello a Dieguito, Almudena observaba cómo sus mechoncitos caían al suelo. Le sorprendió la destreza con la que trabajaba Mitzy; se notaba que sabía lo que hacía y lo hacía con gran pericia.
Almudena también reconoció que había algo liberador en ver cómo el cabellito largo de Dieguito se desvanecía, en cómo se lo iban dejando muy cortito, pero, al mismo tiempo, muy bonito. Una sensación de tentación comenzó a invadirla. ¿Debería aprovechar la oportunidad? Mientras se lo preguntaba, no dejaba de deslizar los dedos por su propio cabello.
Cuando Dieguito finalmente bajó de la silla, con una gran sonrisa y la cabezita liviana, Almudena no pudo evitar sonreír al ver lo guapo que se veía. Traía el cabello bien pegadito en los laterales y en la nuca, pero con un poco de volumen en la parte superior. A pesar de lo cortito, el corte transmitía una sensación de suavidad y ternura. Se notaba que había sido realizado con mucho sentido estético.
Dieguito se veía feliz sin su melenita, como un niño nuevo, lleno de energía y confianza.
—Lo dejaste muy bien. Me encanta cómo se ve con su nuevo corte —dijo Almudena.
Mitzy respondió con una sonrisa de orgullo. En ese instante, Almudena miró el reloj y notó que aún era temprano, así que tomó la decisión.
—Creo que yo también quiero un corte —dijo de pronto, casi sin pensarlo.
—¡Claro que sí! —respondió Mitzy, entusiasmada—. Aquí, a las mamás las dejamos igual de guapas que a los peques.
Almudena llevó a su hijo al área de juegos y lo dejó encargado. Observó cómo el niño se dirigía de inmediato hacia los bloques de construcción. Le encantaba verlo con su cabellito bien cortito.
Mitzy ya se había dirigido a la estación para mamás. Con un movimiento, giró la silla, invitando a Almudena. Ella, de inmediato, se acercó a tomar asiento con una sonrisa.
Mientras Almudena se acomodaba, Mitzy intervino:
—Ahora sí, cuéntame… ¿cómo te gustaría que te lo corte?
Almudena se detuvo a pensar un momento… ¿Y por qué no? Sería algo divertido. Además, ya había decidido que volvería a llevar el cabello de la forma que siempre la hacía sentir cómoda y bonita: cortito.
—Quiero que me lo dejes igual que a Dieguito — dijo.
Mitzy, sorprendida, intentó disimular su reacción.
—¿Así?… ¿Cortito, cortito?… ¿Como a tu pequeño?
—Sí, así. “Aunque parezcamos gemelitos” —dijo Almudena en un tono divertido.
Mitzy dudó por un momento y reflexionó. Nunca antes una mamá había pedido un corte tan corto, pero, por supuesto, ella podía hacerlo. Miró a Almudena, observando sus facciones y la textura de su cabello. Sí, esta clienta se vería muy bien con el cabello bien cortito. Decidida, se puso manos a la obra de inmediato. Estaba acostumbrada a trabajar con rapidez. Tomó unas pinzas para recoger el cabello en la parte superior. Luego, encendió la maquinilla y, con un peine en la otra mano, comenzó a recortar cuidadosamente la nuca de Almudena.
Almudena reconoció al instante el sonido y la sensación, aunque hacía mucho tiempo que no le hacían un corte que requiriera el uso de la maquinilla. Se relajó. Estaba contenta de deshacerse al fin de esa melena. Mientras Mitzy trabajaba, Almudena no pudo evitar recordar otras ocasiones en las que había decidido deshacerse de una cabellera: al terminar la secundaria, en su último año de universidad y justo después de su boda. Ahora, sonriendo de forma traviesa, pensaba en la reacción de su madre y su hermana al ver a ella y al niño. Las caras que pondrían… Pero estaba segura de que ella no se sentiría arrepentida.
Almudena entonces miró en el espejo y observó cómo Mitzy utilizaba el peine y la maquinilla con gran destreza, cortando y perfilando con precisión.
—Ahora vamos con la parte superior —anunció la estilista.
Almudena, sentada frente al espejo, observaba cómo las tijeras cortaban los últimos mechones largos de su cabello, que caían uno tras otro, primero sobre la capa y luego se deslizaban hasta el suelo. Se dio cuenta que la gran mayoría del cabello con el que Dieguito y ella habían despertado esa mañana terminaría en el cesto de la estética. Eso no le parecía nada mal.
Mitzy concluyó rasurando el cuello de Almudena, asegurándose de que quedara completamente limpio, sin cabellitos. Luego hizo unos últimos retoques, texturizando un poco más la coronilla. Miró satisfecha el resultado y notó lo bien que ahora se veía su clienta.
—Listo. Igual que el de tu pequeño. ¿Qué te parece? —preguntó Mitzy.
Almudena se miró en el espejo, sorprendida por lo rápido que había sido el corte y lo bien que Mitzy lo había hecho. Sin duda, era una gran estilista. En su reflejo reconoció a una Almudena que hacía tiempo no veía. Sus oídos volvían a estar completamente despejados. Sentía que su rostro se veía más luminoso; sus pómulos estaban más definidos y sus ojos lucían grandes y hermosos. Se pasó la mano por la cabeza, deteniéndose un momento para sentir los cabellitos bien cortitos, “rapaditos” en los laterales y en la nuca. Sonrió.
—Me encanta —respondió con sinceridad—. No recordaba haber llevado el cabello tan cortito antes, pero le gustaba mucho lo que veía.
Al salir, ella y Dieguito iban de la mano, con cortes idénticos, ambos peloncitos. Almudena se sentía, por primera vez en mucho tiempo, en paz con su cabello. Pensaba que, dentro de cinco o seis semanas, Dieguito necesitaría regresar con Mitzy para evitar que la melenita volviera, y ella, muy probablemente, aprovecharía la ocasión. El papá de Dieguito… seguro que no pondría ninguna objeción.